La reliquia implica un objeto
encantado, la noción de que lo divino puede manifestarse en el mundo, y dejar
huellas irreversibles en la materia. Descartarla es un paso imprescindible para
el proceso del “desencanto del mundo”, en el cual el pensamiento actual insiste
en creer.
Pero la reliquia no siempre implica
presencia, también puede implicar ausencia, es un vestigio, una evidencia de
algo que ya no está. Tal es el caso de las reliquias de sangre, las cuales
tienen una larga tradición de ser manchas de sangre sobre lienzo.
La representación de los mantos de la
Verónica, basada en el evangelio apócrifo de Nicodemo, tomó varias formas en el
arte virreinal. Aquí se reproducen, a modo de simulacro, tres maneras en que esta
fue representada por los pintores virreinales. La presencia de tres rostros en
el manto era, por un lado, una forma de conciliar la existencia de tres mantos
sagrados reconocidos por el vaticano, y por otro, nos deja intuir la
manifestación de la Trinidad sobre la tela, una auténtica transfiguración sobre
el lienzo. Esta a su vez podría llevar al patripasianismo, interpretación
heterodoxa en la cual todas las personas de la Trinidad habrían tomado parte en
la pasión, de modo que Jesús nunca fue “abandonado” por el Padre.
La representación del vultus
trifrons sobre el manto de la verónica, por su parte, es una tipología
virreinal novohispana que no tiene (hasta el momento) paralelos europeos. Esta
nos insinúa como, allí donde Felipe Pereda describe en el barroco español un
proceso de “reinvención de la imagen devocional como naturaleza muerta”, el
arte americano caminaba en dirección contraria, abandonando la verosimilitud en
favor de lo hierático y lo maravilloso.
También se hace
aquí especial énfasis en el concepto de sello, carácter e impronta, el cual es una
forma frecuente en el gnosticismo de referirse a la presencia/ausencia divina.
Nicodemo y las reliquias son aspectos
irracionales y sin pleno fundamento bíblico, que sin embargo formaron parte
integral del mundo medieval y barroco. Poner en escena estos detalles
condenados al silencio histórico, nos invita a reconsiderar aspectos
descontinuados de religión y tradición. Contemplar a fondo aquello que se suele
obviar como un atavismo, como una reminiscencia oscura y, en el peor de los
casos, como producto de la más profunda superstición. Ver, por el contrario,
que no fueron parte de una doctrina sólida, realmente dictada por una
autoridad, sino más bien un proceso orgánico de relaciones emocionales y
vívidas entre lo humano y lo divino, previo al desencanto del mundo.
José Gabriel Alegría
MMXIX